top of page

La pluma del naturalista

En este espacio te queremos compartir notas interesantes acerca de múltiples temas relacionados a la biodiversidad mexicana, así como entretenidos relatos, anécdotas, reflexiones y observaciones que hemos realizado durante nuestras salidas a campo.

El impacto de las herramientas digitales en el desarrollo de diversas actividades relacionadas con la naturaleza ha sido destacable en los últimos años. En relación a la observación de aves, no cabe duda que la plataforma desarrollada por el Laboratorio de Ornitología de Cornell en EUA, es la que ha tenido más éxito en este rubro, pues gracias a la participación de los “pajareros” aficionados, se compila una gran cantidad de información y material audiovisual a la que todo el mundo puede acceder.


El nombre de esta plataforma en su lugar de origen es “eBird” y originalmente se planeó su funcionamiento para Estados Unidos y Canadá, es decir, un público angloparlante. El potencial de esta plataforma llamó la atención de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) en México, y se consolidó una colaboración para extender su funcionamiento a este país, el cual conllevó realizar múltiples talleres con expertos ornitólogos e invertir una gran cantidad de trabajo para traducir, establecer las bases técnicas y de recursos humanos para su funcionamiento en el territorio. Parte de la adaptación fue pensar un nombre atractivo en español para un público mexicano, culminando con la idea de darla a conocer como “aVerAves”.



Cuando la plataforma comenzó a extenderse a otros países del mundo, se decidió darla a conocer únicamente con el nombre de “eBird” seguido por el nombre del país correspondiente (por ejemplo: eBird - Costa Rica). Es entendible que se haya dado preferencia a usar únicamente este nombre en todo el mundo por las facilidades y beneficios que ello representa para Cornell, pero… ¿esto contribuye a la conquista cultural por parte de países de primer mundo o tiene lugar como un fenómeno esperado en un mundo globalizante? Bueno, en mi opinión, ambas cosas están relacionadas.


No cabe duda que la globalización ha favorecido a los países más desarrollados por encima de los demás, y más bien ha sido un proceso de occidentalización, algo que se refleja claramente en el idioma, como ha sido el incremento en el abuso de anglicismos en nuestro léxico cotidiano, en gran medida por creer que su uso brinda cierto prestigio o estatus al usuario, básicamente lo que en México llamamos “malinchismo”. El idioma es un componente esencial de la cultura e identidad de un pueblo, por lo que no es cosa menor hablar de ello.


Ciertamente el inglés es la lengua que se ha usado de manera más extendida para facilitar la comunicación en el mundo. No obstante, a lo largo de mi experiencia en México y otros países de Latinoamérica, el nombre de “eBird” no es fácil de pronunciar para la mayoría de la gente, especialmente de comunidades rurales o indígenas, pues en gran medida se desconoce el significado y la pronunciación (con excepción tal vez, de países donde el turismo extranjero es común), y más bien lo nombran como se lee literalmente en español, sin que realmente signifique algo para ellos, solo que se trata de una iniciativa extranjera.



Es cierto, que el funcionamiento de la plataforma depende de los recursos materiales y humanos que invierte de manera extraordinaria el Laboratorio de Ornitología de Cornell, pero esto no tendría sentido sin la colaboración con instituciones, organizaciones o individuos de los países anfitriones, que fungen como administradores, promotores, revisores expertos y usuarios, muchas veces, de manera voluntaria o utilizando recursos propios o gubernamentales, por lo que me pregunto ¿no valdría la pena adaptar un nombre de acuerdo al idioma que se hable en cada país? una plataforma que depende de la participación de gente local para la recopilación de información debería pensar seriamente en ello. Si bien, no consideraría necesario que se adopte un nombre diferente en cada lugar, un nombre en la lengua del país anfitrión ayudaría a que las personas se sientan más identificadas, y sería un pequeño pero valioso aporte por parte de Cornell para promover la valoración del idioma local, y por lo tanto de la diversidad cultural ante este mundo en proceso de aculturación.


En México, por muchos años el nombre de “aVerAves” fue muy utilizado entre los relativamente escasos usuarios nacionales. Sin embargo, en años recientes, la observación de aves ha comenzado a ganar popularidad entre el público local, y asimismo el uso de la plataforma. Sin embargo, el nombre de “aVerAves” se ha comenzado a ver desplazado por el de “eBird” debido a que muchos de los usuarios y promotores de la plataforma son jóvenes, y han estado viviendo este proceso de occidentalización como parte de su vida cotidiana, sin darse cuenta que con ello aportan a la pérdida de su propia cultura, pero también son ellos, los que pueden convertirse en los principales defensores de la misma, como lo han demostrado múltiples iniciativas locales que han opuesto resistencia al neocolonialismo.


Personalmente, siempre me inclino por usar el nombre de “aVerAves” y es lo que incentivo cuando imparto talleres de capacitación o promuevo el uso de esta plataforma como un pequeño acto de resistencia… ¿y ustedes qué nombre prefieren?





Una de las preguntas más frecuentes cuando se conocen dos observadores de aves o “pajareros” (como se les llama más coloquialmente en la actualidad) es: ¿cómo empezó tu gusto por la observación de aves?Las respuestas suelen ser muy variadas y es muy interesante saber el origen que los llevó a volverse apasionados de este pasatiempo, pues ayuda a entender qué es lo que les causa placer al realizarlo y cuál es la motivación detrás de ello.


Entre las respuestas más comunes que suelo escuchar, es que las aves llegaron a sus vidas a través de su formación técnica o profesional. La mayoría de los pajareros que he conocido son biólogos (o de carreras afines a las ciencias naturales), guías de aviturismo o monitores comunitarios de aves, que, durante su formación descubrieron una fuente de trabajo y al mismo tiempo una pasión dentro de sus vidas cotidianas.


La respuesta que probablemente sigue en popularidad, es que el gusto por las aves llegó a través de la fotografía. La tecnología en los últimos tiempos ha avanzado rápidamente y ha dado paso a la creación de cámaras con una capacidad de magnificación impresionante, con muy buena calidad y a precios bastante razonables. La fotografía genera un “producto” que la gente suele sentir una gran satisfacción personal de haber obtenido, en cierto sentido, la fotografía de aves es parecido al proceso de cacería con la posibilidad de conseguir un “trofeo” en cada salida.



Otra de las respuestas que empieza a ser cada vez más común, es que comenzaron a observar aves gracias a las “pajareadas” organizadas por algún amigo o por clubes o grupos que promueven la actividad en sus localidades. En estos casos suele ser un ave en particular lo que más les impactó y motivó para continuar con la actividad por su cuenta. A muchas personas les provoca un auténtico shock el darse cuenta que a su alrededor existe una gran variedad de aves, que siempre estuvieron ahí pero que antes no habían notado, lo que deriva en una sensación poderosa de querer redescubrir el mundo que les rodea.


También existen otras personas a quienes la observación de aves les brindó un refugio para desconectarse de eventos abrumadores que a veces se experimentan en esta vida y especialmente en esta pandemia. Al observar aves necesitamos concentrarnos con todos nuestros sentidos, por lo que mantenemos al cerebro ocupado, olvidando momentáneamente muchos de los problemas o situaciones desafortunadas que podemos estar viviendo.


Son muchas las historias que han llevado a los pajareros a convertirse en pajareros, y definitivamente tiene mucho que ver con la manera en que cada uno desarrolla la actividad. Muchos comienzan a utilizar plataformas de ciencia participativa como Naturalista o aVerAves (eBird), esta última particularmente es la más popular y especializada para la actividad, y es que existen razones sobradas para ello.


El Laboratorio de Ornitología de Cornell ha hecho un impresionante trabajo al crear y manejar esta plataforma, la cual se basa en la idea de que cada pajarero tiene vivencias y conocimientos únicos que puede aportar al resto de la comunidad, y ellos brindan el espacio para compilar toda esa información y hacerla accesible a todo público. Es así, que es de utilidad para investigadores, manejadores de recursos naturales, autoridades, educadores ambientales, estudiantes, tomadores de decisiones y un sinfín de público, con la posibilidad de que se traduzca en acciones para la conservación de las aves.



Los beneficios que esta plataforma brinda al usuario son diversos, ya que elabora automáticamente estadísticas personales, es posible consultar registros propios y de otros usuarios, puede ayudar a localizar lugares interesantes para planear salidas y también es posible consultar videos, fotografías, audios, etc. Entre sus tantas herramientas, hay una llamada “100 más altos” que genera un ranking de los usuarios de acuerdo al número de especies o listas que ha ingresado para una determinada región, en un periodo de tiempo determinado. Esta herramienta fue creada con la intención de incentivar a los pajareros a salir más a observar aves y divertirse. Es precisamente del impacto de esta herramienta de la cual quiero hablar un poco más.


Hay muchos pajareros que le han dado una gran importancia al ranking, considerando que el “mejor observador de aves” es aquel que más especies tiene registradas en su lista vitalicia o para una determinada región. Es por ello, que muchos se esfuerzan para encabezar este ranking, incluso se ha sabido de algunos que han realizado acciones que van en contra de la ética con tal de lograr su objetivo, y ustedes se preguntarán ¿qué se gana con esto? ¿acaso otorgan algún premio en especie? ¿o tal vez un jugoso monto en efectivo? La respuesta es: no, lo único que se gana con ello es el reconocimiento de la comunidad pajarera, o al menos entre aquellos que también lo consideran como indicador de ser “el mejor observador de aves” y es que también hay quienes piensan que esto no es así.


Entonces surge la pregunta ¿qué se necesita para ser el mejor observador de aves? Esto resulta un tanto complicado para responder, pues primero habría que definir lo que es un buen observador de aves. Aunque el concepto es claramente subjetivo, en mi opinión, el enfoque más adecuado se deriva de la manera en que se desarrolla la actividad y el impacto que resulta de ello. Con este enfoque, un buen observador de aves sería aquel que procura no realizar ninguna acción que pueda tener consecuencias negativas en las aves o en el hábitat del cual dependen, un ejemplo sería no molestarlas cuando se encuentran en sus nidos o provocar incendios que acaben con su hábitat. Es más, un buen pajarero procura realizar acciones que puedan tener un impacto positivo, como mantener a sus gatos dentro de casa para que no depreden aves (ésta es la causa número uno en muertes de aves en América del Norte) o plantar especies nativas que puedan proveer de comida o refugio a las aves. De acuerdo a esta óptica, para ser un buen pajarero no tiene nada que ver cuántas especies haya en su lista, ya que esto último depende más del tiempo y recursos disponibles que tenga cada persona para poder destinarlo a la actividad.



Por otro lado, existen grupos comunitarios, principalmente en zonas rurales, que han sido creados o apoyados por diversas iniciativas para poder llevar a cabo el monitoreo de aves con la finalidad de generar información útil para la toma de decisiones en el uso y conservación de los recursos naturales, cosa que definitivamente tiene un impacto positivo para las aves. La mayoría de las veces, los monitores comunitarios de aves realizan estas actividades más por voluntad propia que por el pago económico, que suele ser simbólico o inexistente. Para este tipo de proyectos, se suele considerar el ingreso de la información en aVerAves para que sea pública y de utilidad para todos, y con frecuencia se crea una sola cuenta para todo el grupo, debido a que muchas personas de zonas rurales tienen limitaciones en acceso y uso de tecnología. Siendo el motor principal el gusto por la naturaleza y la generación de conocimiento, definitivamente el ranking puede servir como una gran motivación, por representar una medida del aporte que realizan a la plataforma como grupo.


Ciertamente es injusto poner a competir a individuos con grupos, y es por ello que las políticas de la plataforma dictan que las cuentas grupales no pueden estar en el ranking, por lo que deben desactivar esta función. Ahora, lo que yo me pregunto es ¿para qué sirve verdaderamente el ranking? ¿no debería ser mejor incentivar a estos grupos cuya motivación es verdaderamente aportar al conocimiento? Además, como usuarios individuales de la plataforma ¿no tenemos el criterio suficiente para obviar la posición real de un individuo respecto a la de un grupo? ¿no podríamos hacer ese mínimo sacrificio con tal de motivar a este tipo de esfuerzos que probablemente aportan más al conocimiento que nosotros como individuos? Es por eso que cuando conozco a personas que sienten descontento con la situación actual me dejan reflexionando acerca de lo que los motiva a observar aves, o al menos a usar aVerAves.


Sea cual sea la razón que nos llevó a observar aves, es importante darnos un momento para reflexionar acerca de nuestra motivación y las acciones que derivan de ello. Puede que no nos demos cuenta que en realidad estamos dañando o no estemos haciendo lo suficiente para cuidar lo que pretendemos amar, y aunque esto resulte doloroso en un principio, puede servir como punto de partida para cambiar la dirección de nuestro camino hacia uno más positivo y esperanzador.



Estudiar e intentar comprender al mundo en el que vivimos, así como diseñar acciones para atender sus problemas, son tareas de alta complejidad. Para ello, resulta necesario emplear toda la creatividad posible, hacer uso de herramientas de origen múltiple y, especialmente, aprender a colaborar. Con frecuencia se piensa que estos retos mayúsculos son responsabilidad de las ciencias, pero ¿es así? ¿está sola la ciencia ante tales tareas?


Existen diferentes formas de acercarnos a la comprensión de la naturaleza, y el conocimiento tradicional emerge como un aliado poderoso del conocimiento científico de porte occidental. Ambos conocimientos poseen limitaciones y virtudes propias, y si bien lograr que dialoguen entre sí puede parecer complicado, recientemente destaca un enfoque de ciencia colaborativa que demuestra la posibilidad y efectividad de su convergencia: la investigación participativa basada en comunidades (IPBC). De hecho, este enfoque ha impactado positivamente a la ornitología desde múltiples aristas, incluyendo aspectos relacionados con la conservación, el manejo, el monitoreo, la ecología, la biogeografía y la historia natural de las aves.


La IPBC es uno de los múltiples rostros con los que la ciencia, incluyendo a la ornitología, se busca reinventar de manera más justa, equitativa y pragmática, encontrando como principales colaboradores a las comunidades rurales e indígenas. La IPBC busca ir más allá de la recolección de datos, característica distintiva de otras formas de ciencia participativa, como la ciencia ciudadana. El ejercicio de la IPBC considera la necesidad de consenso para el establecimiento de metas y objetivos comunes, así como la participación activa de los actores involucrados durante las diferentes etapas del proceso de generación de conocimiento. También, persigue la aplicabilidad próxima de los resultados, se nutre de una comunicación constante y busca atender las necesidades de todos los participantes.



Los retos para afianzar este tipo de colaboración para la búsqueda y aplicación del conocimiento son amplios y muy diversos. Sin embargo, me gustaría detenerme y profundizar en un factor clave que limita el desarrollo y el éxito de la IPBC en ámbitos ornitológicos y en otras disciplinas: la migración forzada de aquellos miembros comunitarios que le dan vida a los proyectos.


¿Por qué destacar como factor limitante a la migración forzada? La migración forzada ocurre en gran parte del mundo actual, y es particularmente intensa en aquellas regiones donde una biodiversidad exuberante converge, de forma contradictoria y lastimosa, con poblaciones humanas locales en condiciones y con oportunidades de vida precarias. Si concibiéramos a la migración como la simple salida física de una persona de su comunidad, correríamos el riesgo de ser peligrosamente simplistas. En un entorno comunitario la migración representa, entre otras cosas, la ruptura en la continuidad de la vida comunitaria, socavando relaciones familiares, sistemas organizacionales y actividades productivas. Con respecto al conocimiento tradicional, la migración implica la interrupción de su generación, desarrollo, transmisión y uso, procesos todos que resultan imprescindibles para el mejoramiento de la calidad de vida de toda la comunidad.


Por si fuera poco, la migración de los actores comunitarios también resulta sumamente costosa en términos de biodiversidad. Su partida implica la pérdida de aquellos líderes defensores de los últimos reservorios de vida silvestre, así como el abandono de estrategias de manejo sustentable de paisajes productivos, el despojo de territorios, la promoción de actividades destructivas de los ecosistemas, y la fuga de conocimiento tradicional necesario para comprender, utilizar y preservar el patrimonio biocultural. En suma, la migración forzada, que suele iniciar con aspiraciones de impulsar mejores condiciones de vida, acaba siendo una contradicción en sí misma, toda una tragedia.



Dentro de un contexto de la IPBC, ¿qué implica la migración forzada? Los proyectos que entretejen la colaboración entre ciencia y comunidades suelen requerir de una inversión de tiempo considerable, una dedicación constante, un seguimiento oportuno, esquemas de financiamiento estables y mucho, mucho esfuerzo por parte de todos los involucrados para que los proyectos sobrevivan, prosperen y rindan frutos. De hecho, suelen ser años los que se requieren para crear las capacidades locales necesarias en el desarrollo de proyectos de IPBC, así como para construir puentes de confianza y comunicación imprescindibles para el entendimiento y el aprendizaje mutuo entre científicos y colaboradores comunitarios. Sin embargo, basta un evento súbito desafortunado, la exacerbación de una carencia preexistente o el rezago del financiamiento destinado a los proyectos para que, en un abrir y cerrar de ojos, los actores comunitarios se vean en la necesidad de migrar. Así, los procesos de colaboración construidos, los conocimientos generados y el arduo trabajo colectivo se derrumban.


La partida de los colaboradores se traduce en impotencia, generando un sentimiento de pérdida de aquella esperanza que se depositó en el trabajo conjunto, en el futuro soñado. La incertidumbre de su regreso suele ser amplia y desoladora. Tras el desarrollo de los proyectos, incluso ya no hablamos de colaboradores, sino de guías, amigos, maestros, colegas, y gente tan cercana a la que consideramos familia; todos ellos por igual, ahora andando por un camino de alto riesgo que se llama migración. Además, si reconocemos que los actores comunitarios son los custodios de aquellas últimas fuentes relevantes por su biodiversidad, que tanto amamos y nos preocupan, ¿por qué no llorar aún más su necesidad de partir?


¿Existe cura para la migración forzada? Realmente no pretendo atender con una respuesta simplista a una situación de enorme complejidad social, económica, política, histórica y ética. No obstante, en el marco de la IPBC, algunas formas de confrontarla podrían explorarse mediante el incremento de la apertura de la ciencia a colaborar con las comunidades; la propagación de financiamientos adecuados para este tipo de proyectos, considerando esquemas de largo plazo; la co-construcción de proyectos localmente contextualizados e incluyentes en todas sus etapas de desarrollo; la integración de visiones y necesidades locales; la promoción de los programas y sus beneficios dentro y fuera de las comunidades; y el fortalecimiento de la gobernanza, la autonomía y el empoderamiento comunitario.



Asimismo, es necesario preservar el conocimiento tradicional, no como reliquia de museo, sino a través de su fortalecimiento, crecimiento, propagación y uso. Es prioritario darle el lugar que merece, reconocerlo, respetarlo y buscar los medios para integrarlo. Busquemos que el conocimiento tradicional permanezca, que no requiera migrar y que prospere donde más hace falta: en su lugar de origen. Durante todos estos procesos, los ornitólogos y demás científicos podemos fungir como acompañantes, colaboradores y aliados, puesto que compartimos con las comunidades una tarea común: la generación de conocimiento que nos permita entendernos en el mundo y convivir con las aves y el resto de los seres que nos rodean.


Para todos aquellos que alguna vez se fueron, para todos aquellos a quienes esperamos de regreso...


English version here

Ihuitl © 2023 Todas las ilustraciones y texto están protegidos por Derechos de Autor.

  • Facebook Social Icon
  • Icono social Instagram
  • Icono social de YouTube
bottom of page