Estudiar e intentar comprender al mundo en el que vivimos, así como diseñar acciones para atender sus problemas, son tareas de alta complejidad. Para ello, resulta necesario emplear toda la creatividad posible, hacer uso de herramientas de origen múltiple y, especialmente, aprender a colaborar. Con frecuencia se piensa que estos retos mayúsculos son responsabilidad de las ciencias, pero ¿es así? ¿está sola la ciencia ante tales tareas?
Existen diferentes formas de acercarnos a la comprensión de la naturaleza, y el conocimiento tradicional emerge como un aliado poderoso del conocimiento científico de porte occidental. Ambos conocimientos poseen limitaciones y virtudes propias, y si bien lograr que dialoguen entre sí puede parecer complicado, recientemente destaca un enfoque de ciencia colaborativa que demuestra la posibilidad y efectividad de su convergencia: la investigación participativa basada en comunidades (IPBC). De hecho, este enfoque ha impactado positivamente a la ornitología desde múltiples aristas, incluyendo aspectos relacionados con la conservación, el manejo, el monitoreo, la ecología, la biogeografía y la historia natural de las aves.
La IPBC es uno de los múltiples rostros con los que la ciencia, incluyendo a la ornitología, se busca reinventar de manera más justa, equitativa y pragmática, encontrando como principales colaboradores a las comunidades rurales e indígenas. La IPBC busca ir más allá de la recolección de datos, característica distintiva de otras formas de ciencia participativa, como la ciencia ciudadana. El ejercicio de la IPBC considera la necesidad de consenso para el establecimiento de metas y objetivos comunes, así como la participación activa de los actores involucrados durante las diferentes etapas del proceso de generación de conocimiento. También, persigue la aplicabilidad próxima de los resultados, se nutre de una comunicación constante y busca atender las necesidades de todos los participantes.
Los retos para afianzar este tipo de colaboración para la búsqueda y aplicación del conocimiento son amplios y muy diversos. Sin embargo, me gustaría detenerme y profundizar en un factor clave que limita el desarrollo y el éxito de la IPBC en ámbitos ornitológicos y en otras disciplinas: la migración forzada de aquellos miembros comunitarios que le dan vida a los proyectos.
¿Por qué destacar como factor limitante a la migración forzada? La migración forzada ocurre en gran parte del mundo actual, y es particularmente intensa en aquellas regiones donde una biodiversidad exuberante converge, de forma contradictoria y lastimosa, con poblaciones humanas locales en condiciones y con oportunidades de vida precarias. Si concibiéramos a la migración como la simple salida física de una persona de su comunidad, correríamos el riesgo de ser peligrosamente simplistas. En un entorno comunitario la migración representa, entre otras cosas, la ruptura en la continuidad de la vida comunitaria, socavando relaciones familiares, sistemas organizacionales y actividades productivas. Con respecto al conocimiento tradicional, la migración implica la interrupción de su generación, desarrollo, transmisión y uso, procesos todos que resultan imprescindibles para el mejoramiento de la calidad de vida de toda la comunidad.
Por si fuera poco, la migración de los actores comunitarios también resulta sumamente costosa en términos de biodiversidad. Su partida implica la pérdida de aquellos líderes defensores de los últimos reservorios de vida silvestre, así como el abandono de estrategias de manejo sustentable de paisajes productivos, el despojo de territorios, la promoción de actividades destructivas de los ecosistemas, y la fuga de conocimiento tradicional necesario para comprender, utilizar y preservar el patrimonio biocultural. En suma, la migración forzada, que suele iniciar con aspiraciones de impulsar mejores condiciones de vida, acaba siendo una contradicción en sí misma, toda una tragedia.
Dentro de un contexto de la IPBC, ¿qué implica la migración forzada? Los proyectos que entretejen la colaboración entre ciencia y comunidades suelen requerir de una inversión de tiempo considerable, una dedicación constante, un seguimiento oportuno, esquemas de financiamiento estables y mucho, mucho esfuerzo por parte de todos los involucrados para que los proyectos sobrevivan, prosperen y rindan frutos. De hecho, suelen ser años los que se requieren para crear las capacidades locales necesarias en el desarrollo de proyectos de IPBC, así como para construir puentes de confianza y comunicación imprescindibles para el entendimiento y el aprendizaje mutuo entre científicos y colaboradores comunitarios. Sin embargo, basta un evento súbito desafortunado, la exacerbación de una carencia preexistente o el rezago del financiamiento destinado a los proyectos para que, en un abrir y cerrar de ojos, los actores comunitarios se vean en la necesidad de migrar. Así, los procesos de colaboración construidos, los conocimientos generados y el arduo trabajo colectivo se derrumban.
La partida de los colaboradores se traduce en impotencia, generando un sentimiento de pérdida de aquella esperanza que se depositó en el trabajo conjunto, en el futuro soñado. La incertidumbre de su regreso suele ser amplia y desoladora. Tras el desarrollo de los proyectos, incluso ya no hablamos de colaboradores, sino de guías, amigos, maestros, colegas, y gente tan cercana a la que consideramos familia; todos ellos por igual, ahora andando por un camino de alto riesgo que se llama migración. Además, si reconocemos que los actores comunitarios son los custodios de aquellas últimas fuentes relevantes por su biodiversidad, que tanto amamos y nos preocupan, ¿por qué no llorar aún más su necesidad de partir?
¿Existe cura para la migración forzada? Realmente no pretendo atender con una respuesta simplista a una situación de enorme complejidad social, económica, política, histórica y ética. No obstante, en el marco de la IPBC, algunas formas de confrontarla podrían explorarse mediante el incremento de la apertura de la ciencia a colaborar con las comunidades; la propagación de financiamientos adecuados para este tipo de proyectos, considerando esquemas de largo plazo; la co-construcción de proyectos localmente contextualizados e incluyentes en todas sus etapas de desarrollo; la integración de visiones y necesidades locales; la promoción de los programas y sus beneficios dentro y fuera de las comunidades; y el fortalecimiento de la gobernanza, la autonomía y el empoderamiento comunitario.
Asimismo, es necesario preservar el conocimiento tradicional, no como reliquia de museo, sino a través de su fortalecimiento, crecimiento, propagación y uso. Es prioritario darle el lugar que merece, reconocerlo, respetarlo y buscar los medios para integrarlo. Busquemos que el conocimiento tradicional permanezca, que no requiera migrar y que prospere donde más hace falta: en su lugar de origen. Durante todos estos procesos, los ornitólogos y demás científicos podemos fungir como acompañantes, colaboradores y aliados, puesto que compartimos con las comunidades una tarea común: la generación de conocimiento que nos permita entendernos en el mundo y convivir con las aves y el resto de los seres que nos rodean.
Para todos aquellos que alguna vez se fueron, para todos aquellos a quienes esperamos de regreso...
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